Powered By Blogger

sábado, 1 de diciembre de 2012

La vida de Lio en Lindes Verdes



Lindes Verdes era un pueblo acogedor y sencillo, donde la prospera vida de sus habitantes carecía de mayores sobresaltos que aquellos que traían de vez en cuando consigo los viajeros dispuestos a cruzar el bosque o visitar la Ciudad de los juglares.
La casa de los Ox se encontraba en lo alto de la colina más alta, cerca de la frontera con el bosque. Era de madera vieja pero robusta, las puertas y ventanas redondeadas eran propias de las construcciones boreales pero el resto de la gama cromática en tonos tierra y rojos era característicamente austral. El olor a especias y romero se quedaría para siempre en los recuerdos del joven Lionel Ox, cuyo nombre, a fuerza de ser mentado para las regañinas que frecuentemente recibía, acabó por acortarse a Lio.
El pequeño Lio creció fuerte y sano mientras cogía lagartijas en la charca, trepaba a las copas de los árboles o se embarcaba en pequeñas travesuras que traían de cabeza a los lugareños. No desperdiciaba ocasión para salir al exterior, lloviese, nevase o hiciese un sol de justicia, raro era el día en el que Lio no se las ingeniase para dar un paseo por la pradera o, siempre que tenia algo de tiempo, acercarse a la posada de “El roble de plata” para ver a los viajeros que pasaban por allí; magos de pequeñas villas y escaso poder, que se lucían ante el entusiasmado y poco exigente público del pueblo; mercaderes aduladores; juglares con las ultimas novedades y demás excéntrica clientela.
La familia Ox creció al poco tiempo y sus nuevos miembros, Layla y Gigi ,según el orden de nacimiento, le dieron a Lio una nueva perspectiva del mundo, mucho más cruel y despiadada, ya que descubrió infamias tales como quedarse sin zumo para desayunar porque alguna de las dos glotonas se lo había bebido todo, los rapapolvos por cosas que no había hecho (aunque normalmente se merecía las regañinas) y lo larga que podía ser la espera de un baño ocupado. Pero todo esto quedaba en segundo plano cuando Layla se hacia una herida y él acudía corriendo a ver como estaba o cuando Gigi se metía en su cama para que la protegiera después de una pesadilla.
En definitiva y para todo aquel que tuviese un par de ojos en la cara, Lio Ox era un niño feliz, más si una cuestión inquietaba a los padres del pequeño y era su falta de vocación clara.

Cuando contaba con 6 años, ni uno mas ni uno menos, Max Ox descubrió los números y su pasión por ellos le llevaba a contar todo aquello que caía en sus manos: manzanas, remolachas, piedras… cualquier cosa era para él objeto de medición y análisis, tanto era así que su madre no tardo en llevárselo al mercado donde descubrió lo fácil que era para su hijo llevar la cuenta de cabeza de todas las monedas que gastaba, que costaría o que iba a necesitar y este niño de peculiar habilidad no tuvo ninguna duda cuando tuvo que anunciar ante el pueblo cual sería su profesión. Ni tampoco la tuvo la señora Ox quien desde pequeña recorría los prados  montes en busca de hierbas capaces de sanar el ganado, pudiendo reconocer la flor de luna entre un matorral de flores estrella sin dudar ni un segundo. Normalmente, cuando llegaba esa etapa tan extraña en la que uno deja de ser un niño para convertirse en un ser extraño con aspiraciones adultas (solo unos cuantos elegidos consiguen llevar a cabo el proceso completo), los jóvenes habitantes de Lindes Verdes anuncian, durante la fiesta de la cosecha, cual sera su futura ocupación. Incluso Layla desde el nacimiento de Gigi estaba segura de que quería seguir los pasos de la Comadrona y a Gigi, aunque aún era todavía muy pequeña, le fascinaban los grandes libros de cuentas de su padre.

Pero Lio, pese a no llevarse mal los números y tener buen ojo con las plantas, no parecía estar interesado por algo, más que por el resto de cosas. Podía pasar un día entero pensando en como se hacían los zapatos, o se construían las casas, en que clase de sueños tendrían las ranas o si el estado de animo del posadero dependía de la cantidad de cerveza de raíz que se hubiese pimplado. Pero ni estos, ni otros temas lograban atraer su atención más de un breve lapso de tiempo que generalmente no daba para clasificar estos intereses más allá de la mera curiosidad.
Solo había algo que lo obsesionaba desde que tenía memoria, y eso era salir de los límites de Lindes Verdes, atravesar el bosque. El joven Lio podía pasar horas mirando hacia el horizonte, tratando ver más allá de la espesura del bosque.
El que en unos años sería conocido como Lio el "Buenasuerte" no podía ni imaginar lo pronto que ,mochila al hombro, pondría sus pies en el camino y rumbo a la aventura, tras una fiesta de la cosecha que sería considerada memorable y recordada durante generaciones. 
 La fiesta de la cosecha es una de las más importantes del año en Lindes Verdes, todo el pueblo se viste con sus mejores galas para honrar a los dioses y pedirles que la cosecha sea abundante. Durante dos días todos se hartan de comida y el vino de raíz corre por cuenta del alcalde.


Fue entonces cuando se produjo una visita inesperada...

Los preparativos de la fiesta  se encontraban en su momento más crítico cuando un viajero de nariz ganchuda y botas gastadas se dejo caer por Lindes Verdes. Al contrario que todos los que decidían reposar en pueblo paso de largo la posada y de dirigió a la casa de los Ox. Con una alfombra de crujientes hojas bajo sus pies, llamó con decisión a la puerta de madera varias veces hasta que Jilianne Ox, más conocida como la boticaria, le abrió.

El forastero se quedo mirándola intensamente mientras la brisa del otoño le revolvía la mata plateada de pelo. La reacción de la boticaria en un primer momento fue de desconcierto pero poco a poco una gran sonrisa se adueño de su rostro.
__ ¡¡Primo Lars!!__ gritó dándole un fuerte abrazo e invitándole a entrar. __ debes de estar cansado, siéntate junto a la lumbre y te prepararé un té reconstituyente.
__ Te lo agradecería prima, llevo tanto tiempo caminando que creo que he aprendido a dormir a pie__ contestó con  voz vivaz y alegre, sentándose en un butacón de la sala de estar.
Dos pequeñas cabecitas peinadas con trenzas se asomaron por la puerta, curiosas, pues no era común tener invitados que no fuesen vecinos del pueblo.
__ Vaya, vaya...¿estas niñas son tuyas prima boticaria?, He conocido princesas en la corte que pagarían por ser la mitad de guapas__
Gigi y Layla no pudieron evitar sonrojarse entre risitas, y esconderse de nuevo.
__ Si, pero no son las únicas, falta el mayor que vaya se usted, primo ha saber donde a podido meterse o que andará haciendo..._ contesto Jilianne dándole una taza de té  al invitado.
Como si hubiese sido invocado, Lio apareció en ese momento por la puerta. Llevaba el pelo enmarañado y lleno de hojas secas, un roto en el pantalón y restos de azúcar glas en los dedos.
__ Si viene la señora pastelera preguntando por mi dile que ha sido Poddels, ese perro se zampado todos los bollitos con ansia viva, creo que deberían darle mejor de comer...¿Quien es usted?__ Increpó Lio pasándose la mano por el pelo para quitar las hojas.
__ Es el primo Lars, ha venido de visita__ Contestó Jilianne todavía mirando a su hijo con desaprobación.
__ Pero por el pueblo me conocen como bibliotecario, me dedico a ir de aquí para allí, buscando libros para enviarlos a la central de la Ciudad de los Juglares.
__¡¡¡Primo!!!__ dijo Jilianne a quien las miradas al horizonte de su hijo no se le habían pasado por alto, pero ya era tarde, un brillo soñador había empañado los ojos de Lio.
__ ¿Entonces habrás visto muchos lugares no?__
__ Ni te lo imaginas__ respondió el bibliotecario con una sonrisa lobuna.

domingo, 28 de octubre de 2012

El nacimiento de Lio Buenasuerte


Nadie sabe a ciencia cierta si la historia que voy a narraros es real pero tantas lenguas la han contado, tantos juglares cantado, viejos susurrado a la luz de la pobre lumbre invernal de las tierras de Borea que por los dioses que seria una pena que no lo fuera.
Cuentan que el viento soplaba aquella noche con una fuerza inusitada, golpeando puertas y ventanas, robando sombreros y lagrimeando ojos pero sus fuertes silbidos eran ignorados en casa de los Ox donde Jiliane Ox, esposa de Maximilian Ox, realizaba grandes esfuerzos para traer al mundo a un niño que tanta prisa tenia por salir que había decidido adelantarse varias semanas al día que la comadrona había pronosticado su nacimiento.
_ Muchas criaturas he traído a este mundo pero que se rompa el cielo si alguna a tenido tantas ganas de venir al mundo como este culo inquieto_ exclamo la comadrona.
Y un grito agudo y desgarrado de la señora Ox se fundió con un llanto, suave al principio pero cada vez más potente.
_¡Vaya pulmones! No se preocupe que su niño esta más sano que los manzanos del alcalde. Ni los gorrinos chillan como este pilluelo_ dijo con una sonrisa que le arrugo el rostro redondo y lleno, la afable mujer mientras cogía al bebe envolviéndolo con una mantita para pasárselo a su madre quien con lo tomo firmemente entre sus brazos con una sonrisa.
Una hombre de pequeñas gafas redondas y aspecto algo atolondrado entro atropelladamente en la habitación conteniendo el aliento.
_¿Ya esta?¿Ya esta? Por los dioses que alguien diga algo_
La señora Ox miró a su marido asombrada y divertida. Rara vez desde que lo conocía le había visto perder los nervios.
_Max, aquí esta
A grandes zancadas dejo el marco de la puerta atrás y se acercó al borde de la cama donde una enorme sonrisa se apodero de su cara.
_Bienvenido al mundo pequeño_ dijo dulcemente_ ¡Menuda mata de pelo! A salido al tío Jardinero.
El niño, una bolita rosa y con un abundante cabello negro abrió los ojos como si no quisiese perderse nada de lo que ocurría a su alrededor.
_ ¿Y que nombre tendrá la criatura?_ preguntó la comadrona. En Lindes Verdes los nombres no eran algo especialmente importante ya que, una vez encontrada su profesión los lugareños eran conocidos por esta en el lugar. Así pues la antaño Vivina Boblins era hoy por todos conocida como comadrona, y casi nadie recordaba desde que su marido falleció su nombre de pila. No era importante en Lindes Verdes, un pequeño pueblo de la linde que se enorgullecía de sus trabajadores lugareños, siempre dispuestos a ayudar, que habían aprendido a convivir con el pintoresco ir y venir de viajeros que diariamente pasaban por el pueblo buscando adentrarse el los bosques meridionales para llegar a la Ciudad de los Juglares o con las caravanas de mercaderes que se dirigían al Paso de la Oz que separaba Austra de Borea.
_Lionel Ox_ dijo la señora Ox, a quien todos conocían como la boticaria, acariciando la leonila cabellera de su primogénito.
_Muy apropiado, querida_ dijo con la sombra de una sonrisa en los labios pese a sus pretensiones de parecer solemne.
El pequeño Lionel, quien seria más tarde conocido como Lio Buenasuerte, acababa de venir al mundo.